Thursday, March 02, 2006

Capítulo 4


Buscando a Susy desesperadamente


El que, directa o indirectamente, promueva, favorezca o facilite el tráfico ilegal o la inmigración clandestina de personas desde, en tránsito o con destino a España será castigado con la pena de cuatro a ocho años de prisión.

Código Penal, art. Y8 bis, i.

(Modificado según Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre)


Era un disparate. Cruzar el país de punta a punta, en busca de una joven a la que jamás había visto, y de la que no tenía ninguna referencia. Sin embargo, mientras conducía de camino a Murcia junto a mi compañero Alberto, algo en mi interior me decía que estaba haciendo lo correcto. De Susana tan sólo sabía su edad, unos veinte anos, su origen nigeriano y que tenía un hijo de dos años en poder de su proxeneta. No era mucho, pero al menos era más que nada. Según Loveth, Susy hacía la calle, así que lo primero que tenía que localizar era la zona de las prostitutas callejeras en Murcia.
No fue difícil. Tras establecer la «base de operaciones» en un céntrico hotel, alojamiento que repetiría a lo largo de mis sucesivos viajes a Murcia durante los siguientes cuatro meses, consultamos al recepcionista. Como es un personal acostumbrado a este tipo de preguntas, rápidamente supo orientarnos sobre la zona en la que Podría encontrar a las chicas de la calle: los alrededores del centro comercial Eroski. Sobre un plano, el recepcionista del hotel me indicó la ruta más corta para llegar a «la calle de las putas». Debíamos subir por la calle de la Gran Vía hasta llegar al puente viejo, después girar a la izquierda en la avenida del Teniente Floresta y pasar tres puentes bordeando el río, para luego girar a la derecha.
Al cruzar al otro lado del río, nos toparíamos de frente con el centro comercial y a su alrededor encontraríamos por fin a los grupos de busconas haciendo la calle. Y hacia allí partimos con la intención de realizar una prospección sobre el terreno, para familiarizarnos con la zona y buscar un buen punto de grabación antes de que anocheciese.
Según mi costumbre de estudiar el lugar donde va a desarrollarse una parte importante de la investigación buscando, realizamos varias pasadas, arriba y abajo por las calles que rodean el centro comercial para reconocer y evaluar, entre otras cosas, los riesgos que encerraban. Y puesto que siempre contábamos con el peligro que corríamos si las prostitutas, sus chulos o los clientes descubrían a un periodista grabando con una cámara de vídeo, convenía tener muy claras las rutas de escape posible para cuando las cosas se complicaran.
El Eroski es una gran superficie comercial. Durante el día transitan miles de personas, a veces familias enteras, con intención de hacer sus compras o de disfrutar de un rato de ocio. Pero al caer la noche, las calles son tomadas por docenas de jóvenes nórdicas, sudamericanas o africanas, que ofrecen sus cuerpos, a veces casi adolescentes, a precios de saldo, para aplacar la lujuria de los varones murcianos. Calles como ésta, desafortunadamente, existen en todas las ciudades del mundo. Desde la Vía Veneto de Roma a la Casa de Campo de Madrid, pasando por el Bois de Boulogne de París, cientos de miles de mujeres soportan los calores del verano y los fríos del invierno, mostrando su mercancía carnal a los ojos lujuriosos de los hombres. Empresarios, albañiles, profesores, sacerdotes, médicos, políticos, periodistas, jueces, taxistas, abogados, fontaneros, ebanistas, policías, arquitectos... cualquier estrato social y cualquier nivel cultural acceden por igual a los placeres de las fulanas, aunque varias de ellas señalan a los abogados, médicos y jueces como los clientes más pervertidos.
Evidentemente, las chicas jóvenes y hermosas lo tienen más fácil que las mujeres más maduras y menos agraciadas. A éstas sólo les queda la posibilidad de ofrecer servicios más denigrantes y vejatorios que los «normales» que conceden sus compañeras más guapas, tales como felaciones sin preservativo, sexo anal, sadomasoquismo, humillación, cuadros lésbicos, etc. Lugares como la Casa de Campo madrileña o los alrededores del Eroski murciano acogen a hombres de toda condición, que peregrinan a esas mecas sexuales con el solo objetivo: eyacular. Y no puedo evitar relatar una anécdota muy gráfica a este respecto.
Antes de que anocheciese, exploramos toda la zona, buscando un lugar desde el que, ya de madrugada, pudiésemos disponer de un buen tiro de cámara para obtener algunos planos de las prostitutas, y sobre todo, de los proxenetas que presuntamente las vigilarían. Queríamos grabar las matrículas de sus coches, lo que nos daría la posibilidad de averiguar sus nombres y avanzar en la investigación. Finalmente llegamos a la conclusión de que tan sólo existía un punto, un descampado en la parte alta de la calle, desde el que se podrían grabar buenas imágenes. Encontramos un camino de tierra que bordea el río y que nos permitiría llegar por la noche hasta aquel descampado, sin ser vistos por las fulanas ni por sus chulos, y así lo hicimos.
Al caer la noche, rodeamos todo el polígono del Infante Don Juan Manuel para entrar por la parte de atrás del Eroski. Una vez en el camino de tierra, apagamos los faros del coche y seguimos circulando, a oscuras, con toda prudencia hasta el descampado. Allí aparcamos el automóvil y nos arrastramos entre los arbustos hasta encontrar un lugar desde el que poder grabar, sin ser vistos, el trabajo que las prostitutas efectúan cada noche. Y allí las pudimos ver: docenas de pretty women buscando un Richard Gere que las rescate de las calles.
Filmamos sin problemas cómo las chicas se acercaban a los vehículos que circulaban lentamente por la zona y ofrecían sus encantos a los conductores que devoraban con los ojos a todas aquellas mujeres, sin terminar de decidirse por una u otra. Y ¡bingo!, entre el grupo de las jóvenes de color se paseaba un negrazo enorme, que conducía un Ford Sierra, matrícula MU-4221... Yo aún no lo sabía, pero aquel coche pertenecía a un tal Superior N., con NIE—Número de Identificación de Extranjería equivalente al DNI español—: hijo de la hermana mayor del traficante de mujeres «propietario» de Susy.
Teníamos activada la función de infrarrojos en las cámaras, lo que nos permitía ganar mucha luminosidad en la filmación, sin tener que utilizar ningún foco de luz que, obviamente, delataría nuestra presencia entre los arbustos. Esa función convierte la cámara de vídeo en una especie de visor nocturno, que nos permite percibir, a través del objetivo de la cámara, lo que nos resulta invisible a simple vista, gracias al emisor de infrarrojos. Y de pronto, mientras me giraba arrastrándome por el suelo para obtener otro tiro, pude ver en la pantalla un plano cercano del suelo. Me detuve para apreciar con más detalle lo que me parecía haber visto de reojo al girar la cámara. Enfoqué al suelo y... ¿condones? ¿Aquello eran condones? Pues sí. Estábamos rodeados por centenares, quizás miles de preservativos usados. No hacía falta ser un lince para deducir que precisamente aquel descampado era uno de los lugares donde las mesalinas seleccionadas consumaban el servicio sexual en el coche del cliente y se deshacían después de la «prueba del delito» arrojándola por la ventanilla. Y por si aún nos quedaba alguna duda, de pronto nos cegaron los faros de un coche. Un vehículo entraba en ese momento en el descampado y nos vimos obligados a arrojamos al suelo y a quedamos completamente petrificados temiendo que fuésemos descubiertos. El automóvil se detuvo al fin a pocos metros de nosotros, mientras mi compañero y yo conteníamos la respiración. Desde nuestro escondrijo pudimos ver cómo el diente entregaba el dinero a una joven africana, para después reclinar el asiento y dejarse hacer por la profesional. No quiero ni pensar qué habría ocurrido si la joven nos hubiese descubierto y se hubiera puesto a gritar pidiendo ayuda a los chulos y proxenetas que patrullan la zona. Sabíamos que era muy fácil cerramos el paso y damos caza en aquel descampado, por lo que optamos por quedamos completamente paralizados mientras aquel tipo consumía sus diez minutos de gloria. ¿He dicho diez minutos? A nosotros se nos hizo interminable, pero dudo que aquel individuo aguantase tanto.
Y como afortunadamente el polvo no duró mucho, en cuanto el cliente llegó al clímax, un nuevo preservativo salió disparado por la ventanilla y cayó a pocos centímetros de mis narices. Aunque el tipo aquel salió del coche para volver a subirse los pantalones y los calzoncillos, no nos descubrió. Por cierto, su aspecto era de lo más ridículo.
De todas formas, el susto había sido suficiente como para que decidiésemos volver hasta nuestro automóvil, arrastrándonos como serpientes por entre los arbustos del descampado, en cuanto el diente desapareció. Una vez en nuestro vehículo, ya más calmados, volvimos a rodear el polígono para reaparecer en el Eroski como uno más de los coches que visitan cada noche la zona para contratar los servicios de alguna profesional. Sin embargo, nuestra intención era diferente. Intentábamos encontrar una aguja en un pajar, una meretriz entre miles. Además, las dos prostitutas a las que preguntamos desde el coche si conocían a una chica nigeriana llamada Susy nos dieron la misma respuesta: «¿Sois polis? ¡Que os den por culo!».
Dicen que a la tercera va la vencida y aunque no pudo orientarnos sobre el paradero exacto de Susy, otra chica de color supuso que Alberto o yo éramos clientes suyos, y nosotros se lo confirmamos. «Ella y su prima hoy venir aquí, estar trabajando en un club o en un piso, pero no sé en cuál.»
Al menos ya teníamos un dato. En un arrebato de locura, iniciarnos una trepidante peregrinación por los burdeles de toda la provincia, en busca de una chica negra a la que no había visto nunca y cuyo aspecto desconocía totalmente. Desde el club Cocktail, en Puente Tocinos, hasta el Máximo de Orihuela, pasando por santuarios del sexo murciano como el Star's, El Pozo, Pasarela Murcia, Ulises o el conocido Pipos, que sus camareros promocionan como el prostíbulo más grande de España —claro, que hay media docena de burdeles que dicen exactamente lo mismo—, todos fueron recorridos por Alberto y por mí en un frenesí que nos hacía sentirnos como los personajes de la película Airbag, saltando de prostíbulo en prostíbulo, en busca de una mesalina concreta. Estaba claro que las posibilidades de éxito eran prácticamente nulas. Sin embargo, el recorrido no fue en vano.
En los burdeles murcianos hice algunos contactos interesantes que orientarían mi investigación ocho meses después. Ya había aprendido a moverme con cierta soltura en aquellos ambientes, e incluso me atrevía a hacerme pasar por el propietario de varios prostíbulos en Marbella o Bilbao, en los que supuestamente había mucho trabajo, para despertar el interés de las meretrices. Evidentemente, me prestaban más atención cuando creían que yo era un empresario que les podía ofrecer trabajo, con lo que también, frecuentemente, se les soltaba un poco la lengua.
Aunque en la mayoría de los locales de alterne las copas se cobran cuando te marchas, yo me habitué a pagarlas siempre por adelantado, tal y como me había enseñado Juan. «Acostúmbrate a pagar en cuanto te sirvan —decía—, por si estás siguiendo a un tío que se va de repente, o simplemente, por si tienes que salir de pronto del local y no puedes entretenerte esperando que vengan a cobrarte.»
Aprendí también a utilizar otra estrategia de ese profesional de la información, que a él le daba buenos resultados. Cuando una fulana se me acercaba para pedirme que la invitase a una copa, le proponía darle directamente el dinero de la consumición, en lugar de pagarle el trago. Eso hacía que ella se quedase con todo el importe, en lugar de con un porcentaje. Evidentemente, la inmensa mayoría aceptaban el trato, lo que me permitía poder sentarme con ellas y charlar durante más tiempo, ya que sólo les entregaba el dinero cuando consideraba que el interrogatorio había concluido. Para las chicas resultaba más gratificante económicamente, y yo hacía una gamberrada a los propietarios del local al burlarles la comisión, lo que, dicho sea de paso, me satisfacía personalmente.
De esta forma empecé a recopilar anécdotas sorprendentes sobre los clientes famosos que acudían a los burdeles, y no sólo del ámbito murciano. Dentro del mundo de la prostitución existe un concepto tradicional de «plazas» que todavía sigue en vigencia en muchos burdeles españoles. Valérie Tasso me lo había explicado con elocuentes ejemplos:
—En las agencias de alto standing, las prostitutas trabajan aunque tengan la menstruación. Cuando nos bajaba la regla, y para que el cliente no se diese cuenta, nos metíamos un trozo de esponjita marina dentro de la vagina, para que absorbiese la sangre. Así el diente, que va a lo suyo, no se daba cuenta. Sin embargo, tradicionalmente los ciclos de trabajo de las chicas, en los locales de alterne, eran de 21 días. A eso se le llamaba «hacer plaza». 0 sea, estaban 21 días trabajando en un prostíbulo y transcurrido ese tiempo, cuando les venía la regla, aprovechaban los días de la menstruación para cambiarlas de local. Y así, iban viajando por todo el mundo, haciendo turnos de 21 en 21 días, de burdel en burdel y de ciudad en ciudad. La clave de un negocio de prostitución es la variedad, o sea, renovar a las chicas el mayor número de veces posible. A los hombres les gusta, por encima de todo, la variedad, por eso las «plazas» funcionaban muy bien, ya que cada tres semanas había chicas nuevas.
Y Valérie tenía razón. Todavía hoy, en las secciones de anuncios de muchos periódicos, se encuentran avisos de «Hotel—Plaza que busca chicas». También ANELA ha recuperado esta tradición. Desde luego, tienen muy clara la importancia que tiene la renovación de chicas en los burdeles. Evidentemente lo que buscan, por encima de todo, personajes como Paulino o Jesús es caras y cuerpos nuevos. Por esa razón, cualquiera de las prostitutas que conocí en Murcia antes había estado trabajando en diferentes ciudades españolas, o francesas, o italianas, o alemanas... Las rameras son consumadas viajeras, aunque sus rutas turísticas se limiten al cuerpo de sus clientes y a las cuatro paredes del burdel. De hecho, resulta fascinante escucharlas opinar sobre cómo fornican los italianos en comparación con los ingleses, los franceses, los nigerianos, los rumanos, o los españoles. Parece que cada nacionalidad, o más bien cada tipo de putero, lo hace de una forma diferente. Y, paradójicamente, las prostitutas rumanas opinan que los rumanos son los mejores amantes del mundo, mientras que las rameras cubanas opinan que son los cubanos los que mejor fornican, aunque las colombianas dicen eso mismo de los colombianos, las rusas de los rusos y las brasileñas de los brasileños. Tras haber dialogado con decenas de ellas, llegué a la conclusión de que las furcias de un país creen que los mejores amantes son sus paisanos, porque antes de ejercer la prostitución sin duda tuvieron relaciones sexuales con alguno de ellos, pero sin una transacción económica por el medio. Es decir, hicieron el amor voluntariamente, que no es lo mismo que dejar que entren en ti por dinero. Y sin duda, lo primero resulta más gratificante y deja mejor recuerdo... Aunque esto no significa necesariamente que los españoles no seamos tan torpes, egoístas y groseros en la cama como el resto de los varones.
Aquellas chicas no supieron indicarme dónde encontrar a la tal Susy, pero sí me confiaron historias sorprendentes sobre famosos del cine, la política o la televisión, que pedían todo tipo de «servicios extraños». De todas las anécdotas que recogí en mil burdeles españoles, las que se referían a los jugadores de fútbol de primera división resultaban las más extraordinarias. Algunos nombres de astros del fútbol profesional se repetían en mis conversaciones con fulanas que conocí en Madrid, Valencia, Marbella, Murcia o Barcelona, lo que me hacía concluir que si chicas distintas, sin relación entre ellas, me contaban las mismas cosas sobre los mismos personajes, es que algo de cierto debía de haber.
Sin embargo, entre aquellas primeras confidencias, recogidas mientras buscaba a Susy desesperadamente, hubo otras que me sorprendieron especialmente. Me refiero a las que hablaban de los propietarios de los prostíbulos. Y es que no sólo la familia del Le Pen español está metida en el negocio de la prostitución. En el Pipos, una de las chicas a las que estaba interrogando de pronto hizo un comentario que me dejó perplejo. «¿Que si vienen famosos por estos sitios? Claro y hasta son los propietarios. Imagínate que una amiga mía trabajaba en un club que era de uno de los de Gran Hermano, o algo así ... »
Reconozco que di un brinco. Aunque mi objetivo en esta investigación eran los traficantes de mujeres, no hace falta ser un lince para darse cuenta de que aquella afirmación tenía un gran morbo periodístico. Por aquellos días, el concurso Gran Hermano arrasaba con sus índices de audiencia, y además en la misma cadena, Tele 5, para la que yo trabajaba. Si uno de los concursantes o algún familiar cercano, era propietario de burdeles, tal vez a través de él pudiese acercarme a los mafiosos. Y si no era así, no dejaba de ser un tema interesante, aun a pesar de que tirase piedras contra mi propio tejado, ya que evidentemente a mis jefes no les iba a hacer mucha gracia que pudiese involucrar a algún concursante de su programa estrella con las mafias de la prostitución.
Pese a ello, a mí me parecía que aquél era un gran ejemplo para ilustrar la inmensa y vergonzosa hipocresía de la sociedad española para con las rameras. Hipocresía que no se limita a los ultraderechistas que se manifiestan contra la inmigración ¡legal y luego se lucran con las inmigrantes que ejercen la prostitución. Quería averiguar si realmente los sonrientes, alegres y simpáticos muchachos de Gran Hermano, tan queridos por la audiencia, podían estar también implicados en el negocio del sexo. Pero a pesar de mi insistencia poco más pude averiguar de aquella dominicana: «Yo no sé más, habla con mi amiga. Ella ahora está en el Riviera de Barcelona y se llama Ruth. Yo estaba con ella un día viendo Gran Hermano y me señaló a un hombre que salía en la tele y me dijo que era su jefe, no sé nada más».
En aquel momento ignoraba que el Pipos de Murcia, los Lovely y Flower's Park de Madrid y el Riviera de Barcelona estaban empresarialmente hermanados. Anoté el nombre en mi lista de tareas pendientes —«Ruth en el Riviera»—, y me marché del local después de dejarle a la chica los 3o euros de la copa y todo mi agradecimiento. Sin embargo, continuaba sin tener ni rastro de Susy.
Al día siguiente, lo intenté en varios pisos de Murcia, donde se ejerce la prostitución. Los pisos clandestinos son la gran competencia de los clubes de carretera. En ellos es posible encontrar a prostitutas españolas que han sido desplazadas de los burdeles por la ingente afluencia de inmigrantes. Las extranjeras trabajan más y por menos dinero y además, la mayoría de españolas que ejercen la prostitución temen ser reconocidas en un burdel, donde están a la vista de todos los dientes, por algún vecino, amigo o familiar que descubra su vida secreta. Aunque no sé quién debería estar más avergonzado de sí mismo, si la mujer que vende su cuerpo en un serrallo, o el cliente que paga por utilizar ese cuerpo.
En los pisos ellas pueden ver al cliente antes de que él las vea a ellas. En muchos de ellos, hay cámaras y micrófonos ocultos, o mirillas por las que evaluar si se abre o no la puerta al desconocido, dependiendo del aspecto que tenga. Incluso, tal y como me había confesado Valérie Tasso, en algunos de ellos se graba a los clientes durante los servicios. Me consta que existen archivos con multitud de cintas que recogen los encuentros sexuales de los españolitos que acuden a los burdeles, lo que, por otro lado, me parece fenomenal. Sus tristes actuaciones, con sus calvas relucientes y sin sacarse los calcetines, resultan francamente patéticas, pero podrían obtener un buen índice de audiencia si se emitiesen en algún programa nocturno de hora punta. Al fin y al cabo, a diario podemos ver basuras similares en televisión.
Me sorprendió encontrar una cantidad increíble de anuncios en la prensa murciana donde se ofertaban todo tipo de servicios sexuales. Solamente en la sección Relax incluida en las páginas 52 Y 53 del periódico La verdad de Murcia me encontré ¡241 anuncios! Más de doscientas ofertas de servicios sexuales, sólo en uno de los periódicos de una ciudad, no especialmente grande, como es Murcia. En ese instante, empecé a ser consciente, aunque mínimamente aún, de las colosales dimensiones del mundo en el que me estaba metiendo. ¡241 anuncios que ofrecían en algunos casos hasta ocho o diez chicas diferentes!
Taché todos los anuncios que ubicaban los servicios fuera de Murcia capital, ya que en La Verdad se incluyen avisos de prostíbulos de Cartagena, San Javier, Lorca, etc. Después eliminé todos los anuncios de travestís y de gigolós, y también los que escondían teléfonos eróticos. Finalmente, desestimé los anuncios que ofertaban chicas que no encajaban con las características de Susy, y me quedé sólo con los que ofertaban pisos y burdeles con varias jóvenes disponibles, sin especificar si incluían prostitutas africanas. Aun así me quedaban 32 anuncios que podían encajar con el perfil de Susana.
Pedí al servicio de habitaciones que subiesen un café y un bocadillo, me acomodé en el escritorio de la habitación y empecé a telefonear a todos ellos. En un primer momento, sentí vértigo. Iba a resultar muy difícil localizar a Susana, pero aun así, hice las llamadas telefónicas desde el hotel. En todos los casos una voz femenina, extremadamente sensual, descolgaba el auricular con gran amabilidad. Para mi sorpresa en la mayoría de los casos, me aseguraban que tenían chicas negritas, pero no podían darme su nombre. «Tú pásate por aquí, nos ves sin compromiso y si encuentras lo que buscas, te quedas ... » De nuevo, Valérie Tasso ya me había advertido sobre este tipo de comportamiento. Nunca le agradeceré bastante sus consejos.
—No te fíes, Toni, en este mundo se miente por encima de todo y a todo el mundo. A mí, en cuanto entré en la agencia, me dijeron que mintiese sobre mi nombre y sobre mi edad, siempre quitándole años. A los hombres les gustan muy jovencitas. Y a todos los clientes que llamaban preguntando si teníamos un tipo de chica o un servicio en concreto se les decía que viniesen a vemos porque esa información no podía darse por teléfono. La encargada decía que lo importante era conseguir que los tíos viniesen.
—¿Y cuando llegaban a la agencia y veían que no teníais a la chica que le habíais descrito?
—Una vez en el piso, después de ver a las chicas, siempre elegían una aunque no les gustase del todo; les daba más vergüenza irse sin estar con ninguna, y a la casa, al fin y al cabo, lo único que le importaba era que se dejasen el dinero. La mayoría de los hombres no son tan selectivos y lo que quieren es estar con una mujer. Se les decía que esa chica que se les había descrito estaba con otro cliente, o que había salido a hacer un servicio a un hotel y ya está.
Tuve que confiar en mi intuición y finalmente escogí tres de las agencias murcianas que se anunciaban y que telefónicamente me habían garantizado que tenían chicas africanas, que se llamarían Susy o como a mí me apeteciese. Sus anuncios en La Verdad no podían ser más elocuentes: «ABANDERADAS. Somos las ocho chicas más sexys de Murcia, realizamos todos los servicios, francés completo, lésbicos, cubanas, griego, strip—tease, para despedidas de soltero. También hacemos salidas hotel-domicilio. Estamos a tu disposición las 24 horas del día. Chalet de máxima discreción, disponemos de jacuzzi con hidromasaje, barra para tomar copas. «968 64 58 CHICAS SUSAN 2. Te ofrece lo que siempre has buscado. Belleza, elegancia, clase, discreción e higiene. Ocho señoritas hermosísimas, jóvenes y complacientes. Ven a visitarnos, escoge la o las que más te gusten y pide el servicio que más te apetezca, serás complacido. Esto no es una casa de citas vulgar y corriente. Es privado, discreto y elegante. Consulta nuestros precios y mira la calidad que te ofrecemos, quedarás sorprendido. Visa. 968 64 58»
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La agencia Loren resultó estar en pleno centro, muy cerca de mi hotel; la agencia Susan, en el jardín Floridablanca, y la agencia Abanderadas, en la urbanización Los Vientos, concretamente en la calle de la Rosa. En todas ellas, el ritual era muy similar. Una señora o señorita, la encargada, me abría la puerta invitándome a pasar, con tono amable y cordial. A continuación, me invitaba a sentarme en un salón o en una de las habitaciones y poco a poco, iban desfilando ante mi cámara oculta las chicas disponibles, como los animales en una feria de ganado, para que yo pudiese escoger el ejemplar que más me complaciese. Pude ver a cuatro chicas de color, dos de ellas sudamericanas y dos africanas, pero ni rastro de Susy. Me disculpé en todas las agencias, diciendo que no encontraba nada que me convenciese y que volvería otro día, y me sorprendió ver que las reacciones en las tres agencias eran similares: estaban perplejas. Tal vez era la primera ocasión en que un cliente despreciaba a todas las señoritas y se marchaba sin acostarse con ninguna. Valérie y Juan me confirmaron que lo normal es que los dientes se queden con cualquiera de las fulanas una vez están en el piso y que mi comportamiento podía haber parecido sospechoso. Pero yo no era un diente.
Pese a todos nuestros intentos, mi primer contacto con la prostitución murciana resultó un total fracaso. No fui capaz de encontrar a Susy, así que tendría que buscar nuevas pistas para localizarla. No obstante, no podía detener toda la investigación en Murcia por mi incompetencia para llegar a la amiga de Loveth, así que volví a Madrid para abrir otras vías de trabajo.

Las creencias al servicio de las mafias

La calle de la Montera, entre la Gran Vía madrileña y la Puerta del Sol, es un expositor callejero de prostitutas. Todos los días infinidad de chicas dominicanas, colombianas, brasileñas o africanas patrullan cada esquina o cada farola intentando que sus cuerpos puedan despertar el deseo de los transeúntes. Si hay suerte y alguno pica, lo acompañará a cualquiera de los hostales de mala muerte cercanos para disfrutar de un rato de placer forzado, por poco más de 5.000 pesetas. Y subrayo lo de forzado porque, diga lo que diga ANELA, ninguna de las chicas que ejerce la prostitución, en ninguna parte del mundo, al menos de las que yo he conocido, permite que un cerdo seboso, sudoroso y baboso se introduzca en su cuerpo y profane su alma, a 30 euros el polvo, por vocación. Haya o no haya mafias de por medio.
El plan para entablar conversación con una de las prostitutas africanas de la calle de la Montera no podía ser más sencillo, aunque no exento de riesgos. Bastaría con que me acomodase en una de las terracitas situada al lado del sex shop Mundo Fantástico, como la cafetería Lucky en el número 24, para tomar un café y mirar fijamente a cualquiera de ellas. El único problema es que el sex shop, que terminaría frecuentando posteriormente en busca de las fotos originales de las falsas lumis de Internet, y que pertenece a la cadena donde Valentín Cucoara colocaba a Nadia y sus compañeras previamente secuestradas en Moldavia, está situado en el número 3o de la calle de la Montera. En el número 32, o sea, a pocos metros de la terraza en la que me encontraba, se esconde la sede del Círculo de Estudios Indoeuropeos, la organización neonazi más importante de España y heredera de CEDADE. De nuevo había que considerar que, en el supuesto de que pudiesen reconocerme, el hecho de que Tiger88 estuviese tomándose un café tranquilamente a escasos metros de la sede del CEI podía ser interpretado como una provocación por parte de los neonazis.
Pero aunque eso no resultaba tranquilizador, afortunadamente, gracias a que muchos nazis piensan lo contrario, mi identidad está a salvo, lo que me ha permitido hacer temeridades como las que se narran en estas páginas, o como la de regresar al Bernabéu para grabar unas imágenes destinadas a un reportaje elaborado por Tele 5 sobre Diario de un skin y volver de nuevo para realizar otras fotografías de promoción al aparcamiento de la Castellana donde comienza dicho libro. Estaban demasiado convencidos de haber identificado a Tiger88 y confieso que yo alenté esa convicción para poder seguir haciendo mi trabajo.
De este modo podía atreverme a interrogar a prostitutas en una terraza situada junto al local de la primera organización neonazi legalizada en España como asociación cultural. En una ocasión, incluso, pasaron a mi lado dos miembros del CEI, con uno de los cuales había coincidido en manifestaciones de Democracia Nacional en Alcalá de Henares, durante mi infiltración entre los skins. Supongo que si hubiera descubierto mi verdadera identidad, habría sido imposible hacer este tipo de cosas.
Aquella tarde escogí una mesa que me permitiese sentarme con la espalda pegada a la pared. Con el tiempo, y a fuerza de acumular tensiones, me resulta muy incómodo sentarme en un local y no controlar lo que ocurre tras de mí. Necesito ver lo que pasa y saber que no puedo llevarme una sorpresa por la espalda. Así, mientras removía el azúcar en el café, escogí una mesalina de ébano al azar, y la miré fijamente. No tardó ni un minuto en acercarse a mi mesa.
Por un instante, pensé que lo único que enfurecería más a los nazis que encontrarse a Antonio Salas apostado a pocos metros de su local sería encontrarlo en compañía de una inmigrante ¡legal que era, encima, negra.
—Hola, guapo. ¿Tú querer follar? —Depende. ¿Quieres beber algo? Hacía calor y aquel bochorno jugaba a mi favor. La joven se sentó a mi lado y pidió una coca-cola.
—¿Un cigarrillo? —No, gracias. ¿Tienes chicle? —Sí. Toma. ¿De dónde eres? —Sierra Leona.
Sabía que mentía. La inmensa mayoría de las prostitutas africanas que ejercen en España son de origen nigeriano, pero sus proxenetas las han instruido sobre lo que deben decir a los blancos curiosos que preguntan por su nacionalidad. Prácticamente ninguna reconoce su verdadero origen y todas dicen ser de lugares en conflicto como Sierra Leona o Liberia, donde no podrían ser extraditadas en caso de ser detenidas, debido a la situación de guerra de dichos países africanos. Sonreí con escepticismo.
—Sierra Leona... ya. Oye, ¿quieres comer algo? —Sí, thank you. Una hamburguesa. Tal vez fuese una apreciación subjetiva, pero me pareció que aquella muchacha realmente tenía hambre, y no pude evitar el recuerdo del testimonio de Loveth, que tanto me impresionó. Devoró la hamburguesa en un santiamén, sin darme apenas tiempo a desarrollar mi plan. Sabía que mientras estuviese sentada a mi mesa podría charlar con ella, pero se bebió el refresco y se comió la hamburguesa antes de que pudiese profundizar demasiado en la conversación. Apenas llegamos a charlar diez minutos sobre cuestiones intrascendentes: el intenso frío que hace en Madrid en invierno y el calor del verano; lo tacaños que son los españoles a la hora de pagar y lo malos que somos en la cama; la cantidad de competencia que hay en la calle de la Montera, y lo mucho que protestan los propietarios de los comercios de esa zona... En realidad, todo eran rodeos para llegar a un objetivo. Había estado revisando la entrevista que había mantenido con Isabel Pisano y sus comentarios sobre los ritos de vudú a que son sometidas las chicas nigerianas por parte de los traficantes que las traen a Europa. Como ya dije, cuando me entrevisté con la autora de Yo puta acababa de regresar de Nigeria y todavía tenía muy frescas las cosas que había vivido en África.
—El ritual de vudú es horrible —me explicaba Isabel—. Les quitan pelos de pubis a toda la familia. Entonces los entierran, con un muñequito y qué sé yo... Esto es un pacto para toda la vida. Para alguien que cree, no sé, es como una factura, como una brujería. El vudú es una cosa que te convierte en zombi; el vudú tiene una fuerza enorme...
Sin embargo yo no acababa de estar satisfecho con aquellas explicaciones. Tenía que haber algo más. Intuía que ese tema era la clave criminológica de ese tipo de mafias, ya que los colombianos, los rusos o los chinos tienen que estar cerca de sus fulanas para controlar que trabajan y que no les denuncian y esto no ocurre en las mafias nigerianas, en las que, como en el caso de Loveth, los proxenetas podían estar a muchos kilómetros de distancia y no por ello sus chicas dejaban de trabajar. Luego supe que esa situación se mantenía por unos extraños rituales. Pero ¿en qué consistían? ¿Cómo podían ejercer un control tan extraordinario sobre las voluntades de aquellas muchachas?
Por fin me armé de valor y mientras estaba pagando la cuenta, solté a bocajarro la pregunta: «¿Dónde puedo aprender algo de vudú?». La reacción de la negrita de la hamburguesa fue espectacular y totalmente desproporcionada. Sus ojos se abrieron como platos y se levantó de golpe tirando la silla de plástico al suelo. Negaba con la cabeza y temblaba de arriba abajo. Me costó verdaderos esfuerzos tranquilizarla. «Vudú no, yu-yú no ... » Fueron casi las únicas palabras que conseguía pronunciar. Pero justo antes de marcharse, calle arriba, se giró, levantó la mano derecha y señaló en una dirección. Sólo dijo: «Allí». Después, desapareció para siempre de mi vida.

Dicen que no hay ciego más estúpido que el que no quiere ver.

Y yo me sentí verdaderamente idiota cuando descubrí hacia dónde había señalado la joven africana. A pocos metros del lugar en el que me encontraba había un cartel enorme que no podía resultar más elocuente: Santería La Milagrosa. Me sentí como un necio. Era como si estuviese en medio de la Casa de Campo preguntando dónde podría encontrar una prostituta, o como si en pleno Vaticano interrogase a alguien buscando un sacerdote. Así que, sin más demora, crucé hasta la esquina de la calle de la Montera con la de San Alberto y entré en la tienda de brujería que se encuentra en el número i. Así conocí a Rafael Valdés.
Rafael Valdés nació en La Habana en 1973. Sin embargo, ha vivido buena parte de su vida en África, donde se convirtió en un verdadero experto en las religiones animistas. Sus estudios sobre las prácticas religiosas tradicionales en Tanzania, Congo, Kenya, Sudáfrica y Nigeria lo convertían en la mejor fuente a la que acudir para comprender mejor la relación entre el vudú y las mafias del tráfico de mujeres. Además de su trabajo en las tiendas de la Santería La Milagrosa, sobre el que prefiero no pronunciarme, preside desde 1997 la Asociación de Cultura Tradicional Bantú. Por eso fui a él, porque en ese momento, lo que yo necesitaba era información.
Creo que entre nosotros hubo una empatía natural. En cuanto le expliqué lo que estaba haciendo, Rafael se puso a mi disposición, facilitándome varios libros, vídeos y revistas sobre la cultura tradicional africana y su complejo entramado de creencias. En pocas semanas me convertiría en un auténtico experto en la brujería y el vudú. Pero además, Rafael sabía exactamente de lo que le estaba hablando porque, para mi sorpresa, muchas de las prostitutas que ejercen en Madrid acuden precisamente a sus tiendas para buscar remedios mágicos, amuletos y protecciones esotéricas con las que defenderse de los supuestos hechizos a los que creen estar sometidas por los mafiosos. Podría parecer ridículo si no fuese tan dramático.
Valdés respondió pacientemente a todas mis preguntas, ofreciéndome una información que me resultaría fundamental posteriormente, al tomar contacto con algunos mafiosos nigerianos y con las chicas de su propiedad. De hecho, es posible que alguna de esas chicas hoy esté viva y libre gracias a aquella conversación.
—En África se vive inmerso en la magia, no es algo exterior, aditivo a la persona. Todo pasa por la magia. Nada hay, nada, más importante que la magia y el dictamen de un brujo o de un adivino. Todo lo importante, el momento de casarse, la primera menstruación de la mujer, todo pasa por la magia. Yo no voy a la magia, yo vivo en la magia. Desde que me levanto hasta que me acuesto, incluso durmiendo, vivo inmerso en la magia. De ahí la importancia que dan a ese rito vudú. Porque saben de su efectividad y creen en su efectividad cien por cien, porque han vivido desde que nacieron en estos rituales.
—¿Y ellas se prestan voluntarias? —No es que se presten voluntarias, es que ellas lo que quieren es salir a Europa a prostituirse por problemas sociales y tal. Y la garantía que ponen los traficantes es el rito vudú. No es que ellas digan: yo te voy a pagar, hazme un rito vudú. No. Es el traficante el que dice: yo te voy a hacer un rito vudú porque es mi garantía de que tú me vas a pagar. No te puedo hacer firmar un papel, o llevar a un banco, pero sabe de la importancia, y también cree en esa importancia. Pero es un delincuente y no creo que lo haga por un problema de fe. Lo hace porque conoce el entramado social y sabe que es una garantía de pago. Y él seguramente no crea en nada de eso, o sí. Pero lo usan únicamente como un mero mecanismo de presión. Exclusivamente, no porque crean en eso, porque si lo supiesen, sabrían que en la sociedad bantú el rito no está concebido para eso, sino para protegerte. La magia africana está concebida para protegerte, no para atacar.
Esas afirmaciones me llamaron poderosamente la atención. Según el experto, los traficantes probablemente no creyesen en el poder mágico del vudú, pero sí conocían el poder de sugestión que tenía sobre las chicas que habían crecido en una sociedad bantú, empapadas en las creencias mágicas durante toda su vida. Que el lector tenga presente este dato.
—Es como la gente que va a misa —continúa explicándome Rafael—, pero el brujo tiene más poder que el cura. Porque el cura tiene poder sobre los feligreses pero no sobre la Iglesia, sobre el Papa. Pues en África cada cura es un Papa. Y cada brujo es un cura. Por tanto, lo que diga un brujo va a misa, es como lo que dice el Papa. Si el brujo dice esto es así, es como si el Papa lo dijera a los católicos.
No uses preservativo, no se usa; no hay aborto, no hay aborto. Es lo que dice el Papa. Pues exactamente así es lo que dice el brujo. Si yo te digo que tienes un daño y que te vas a morir, es que te mueres, porque lo crees tan fielmente que te mueres. Y si te digo que poniéndote las manos te vas a curar, por el efecto placebo, te curas.
—¿Vienen por aquí chicas nigerianas? —Sí, en efecto, la mayoría de las chicas que vienen, por problemas de vudú, y por la deuda, son africanas. Vienen muchas nigerianas, y de toda África, pero nigerianas bastantes. Y son las que más. Por el sistema africano y más concretamente nigeriano, que fue cuna de una civilización que fue la civilización yoruba, se encuentra más, digamos, unido a la tradición africana que otros países que son más musulmanes o catolizados. Y las chicas nigerianas que vienen, vienen desesperadas. Porque están en un agobio minuto a minuto, porque no saben en qué minuto va a hacerse efectivo ese vudú que dejaron hecho. Más que a morir, temen que el vudú pueda dejarlas ciegas, paralizarlas, y estropearles la vida a ella y a sus familias. Y con una desesperación de película, de llanto. Algunas vienen muy mal, muy mal. Y no tienen otra opción: o rompen ese hechizo y se liberan o seguirán pagando años y años.
Aquella conversación con Rafael Valdés fue fundamental. Por fin comprendía el mecanismo de aquellos rituales, o eso creía. En África, cuando los mafiosos decidían traer a Europa un grupo de chicas, con frecuencia menores, éstas aceptaban una deuda económica millonaria que tendrían que abonar al traficante con su trabajo como prostitutas. Para garantizar el pago de esa deuda y el control psicológico sobre las muchachas, el traficante las hacía ir a un brujo, el cual las sometía a espeluznantes rituales mágicos, utilizando para ello vello pubico, sangre menstrual, uñas, piel, etc., de las muchachas. Con esos elementos, confeccionaba una especie de fetiche mágico que entregaba al traficante, a través del cual, según la creencia bantú, podía controlar a distancia a sus rameras.
También entonces descubrí que si quería conocer por dentro el mundo de las mafias nigerianas, debería aprender seis conceptos imprescindibles para todo traficante de mujeres:
Body: nombre técnico del fetiche elaborado con prendas íntimas, pelos, sangre, etc., de las mujeres traficadas por las mafias, y que debe obrar en poder del mafioso.
Yu-yú: ceremonia ritual a que son sometidas las mujeres traficadas y durante cuya celebración se sella el pacto de obediencia para con los mafiosos.
Sponsor, la persona encargada de gestionar el viaje de las mujeres traficadas desde el país de origen al de destino.
Master: el hombre poseedor de las mujeres traficadas, que las obliga a trabajar en el país de destino.
Madame o Mamy: es el femenino del master. En muchas ocasiones, se trata de ex prostitutas que han pagado su deuda o han comprado su libertad, y se convierten a su vez en traficantes.
Connection-man: personaje secundario en el entramado de las mafias que se ocupa de pequeños trabajos como la obtención de visados, sobornos, documentos falsos, etc.
Pero, como ocurre en todas las infiltraciones, la formación teórica no es suficiente, así que pedí a Rafael su colaboración para poder asistir a alguno de aquellos rituales, y contactar así con alguna de las prostitutas nigerianas que acuden a sus tiendas en busca de protección. Afortunadamente, aceptó. De esta forma, pocos días después me encontraba en una de las tiendas de la Santería La Milagrosa, disfrazado como un dependiente más. Resultó toda una experiencia. Ignoraba que muchos de nuestros famosos fuesen tan supersticiosos. Digo esto ya que, mientras hacia mi papel en La Milagrosa pude ser testigo de cómo algunos conocidos actores y presentadores de televisión acudían a aquellos brujos en busca de ayudas mágicas para sus carreras profesionales o para sus problemas personales. En una ocasión, incluso, estuve a punto de tener que ser yo quien atendiese a la presentadora Silvia Fuminaya, y habría sido muy embarazoso tener que inventarme las respuestas a sus preguntas, mientras le echaba los buzios, las cartas del tarot o el okuele. La hermosa modelo y presentadora no sabe lo cerca que estuvo de ser grabada accidentalmente por mi cámara oculta.
Y por fin llegó el día esperado. Vestido con el «uniforme» de la tienda y con media docena de collares de santero al cuello, debería hacerme pasar por uno de los brujos de La Milagrosa. De esta forma, tendría la posibilidad de grabar a dos chicas nigerianas que habían pedido cita para una de las ceremonias de protección.
Antes de iniciarse el ritual, y naturalmente con el permiso del santero, había acomodado mi cámara oculta en la sala de ceremonias. Después sólo me quedó esperar, paseándome por la tienda como si realmente estuviese ordenando estantes, colocando libros, etc. Dos horas después, Rafa Valdés me avisó para que entrase en la sala y esperase. Aproveché para activar, además de mi cámara, otra que era propiedad de La Milagrosa, con la que Rafael me había pedido que grabase el ritual para sus archivos.
Dos jóvenes extremadamente bellas entraron en la habitación. El miedo que transmitían sus ojos quedó inmortalizado en la cinta de vídeo, con una elocuencia irrefutable. Valdés, totalmente vestido de blanco, llevó adelante la ceremonia, mientras yo me esforzaba por no perder detalle de la misma. Sus letanías en yoruba, sus pases mágicos y los efectos con fuego y pólvora que aderezan la ceremonia resultaban de lo más efectista. Y el temor de las jóvenes, que prácticamente no hablaban español, no dejaba lugar a dudas. A pesar de que el ritual de Rafael supuestamente era de protección, la sola pronunciación de la palabra vudú, o yu-yú, las hacía estremecer.
Cuando terminó el ritual, pude conocer a su proxeneta. Había venido a recogerlas para llevarlas de nuevo a Alcalá de Henares, donde las tenía trabajando, así que el destino terminaría por hacerme volver, en varias ocasiones, a la meca del movimiento skin en España.
La verdad es que yo no sabía si aquel hombre era uno de esos mafiosos o probablemente tan sólo un connection-man. Creía que las chicas habían acudido a hacerse una consulta de futuro y cuando terminó el ritual, pude acercarme a él con mi cámara oculta. Era un tipo alto y de complexión atlética, con una pequeña perilla y bigote. Negro como el carbón’ vestía una camisa floreada y pantalones claros, y como a muchos de los africanos que conocería posteriormente, le gustaba lucir anillos y cadenas de oro. Respondía al nombre de Johnny y su teléfono era el 696 674... Me dejó muy claro, cuando me interesé por una de las jóvenes, que si quería estar con ella, tendría que tratar directamente con él. Según nos explicó, las chicas llevaban muy poco tiempo en España. Una de ellas, la más hermosa, apenas un par de semanas. Según averigüé, sólo una estaba colocada en un burdel; la recién llegada hacía servicios sexuales a hotel y domicilio.
No sé qué me ocurrió, pero de repente me embargó una incontenible sensación de odio hacia aquel negro. Como si de pronto volviese a meterme en la piel de Tiger88. Por un instante volví a sentirme como un skinhead. 0 tal vez era tal la indignación que me producía aquel traficante, al hablar de aquellas dos muchachas como mera mercancía, que por un momento estuve a punto de perder el control de la situación. Rafa se dio cuenta y rápidamente se interpuso entre Johnny y yo, cambiando de tema. Se había percatado de que mis ojos se inyectaban en sangre y de que estaba apretando los puños hasta que mis nudillos empezaron a enrojecer. Creo que si no hubiese intervenido, es posible que no hubiese podido contener mi ira. Estaba claro que todavía me quedaba mucho que aprender para poder entrevistarme con los traficantes de mujeres sin delatarme, y el rapapolvo de Rafael fue completamente merecido: «¡Tú estás loco, chico! ¿Quieres que te peguen un tiro y a mí me quemen el local? ¿Qué pensabas hacer, liarte a hostias con el negro dentro de la tienda?».
La verdad es que el santero tenía toda la razón del mundo. Tendría que aprender a contener mis accesos de rabia, viese lo que viese. Al final aprendería a tragarme la ira, pero las continuas indigestiones de odio terminaron por producirme un cáncer de alma.
Después de mi experiencia en la tienda, los libros que me facilitó el cubano me fueron de una enorme utilidad. Sin embargo, había algo más que había aprendido en mis conversaciones con Rafael Valdés: muchos traficantes ni siquiera creen en el vudú. Incluso utilizan trucos de ilusionismo para convencer a las muchachas de sus supuestos poderes mágicos. Así que en cuanto salí de La Milagrosa, me encaminé hacia la escuela de magia y prestidigitación de Juan Tamariz, llamada Magia Potagia, que está situada en la calle de Jorge Juan, no 65. También fui a la escuela Magia Estudio, de Luís Ballesteros, en la calle de San Mateo, N. 17. Empezaba a intuir una posible vía de acceso para acercarme a las mafias nigerianas. Quería convertirme en un poderoso brujo vudú y las escuelas de ilusionismo de los famosos magos españoles iban a conferirme los poderes mágicos que necesitaba para hacer creíble mi papel...
En unas pocas semanas, no sólo me sabía de memoria todos los dioses del panteón yoruba, llegando a considerar a Ogún, Changó, Eleguá y Obatalá personajes familiares para mí, sino que me convertí en un pequeño Harry Potter, con los suficientes conocimientos en magia y prestidigitación como para convencer a cualquier profano, en este caso profana, de mis poderes «sobrenaturales»... Por absurda que pueda parecer esta estrategia, los resultados que me dio fueron desproporcionados. Una de las mayores beneficiarias de mis «poderes» resultaría ser Susy, la nigeriana de la que me había hablado Loveth, cuya búsqueda retomé en Murcia poco tiempo después...

Susana: madre, prostituta y mujer traficada

Harry es un negro delgado y pequeño. Eso me tranquilizaba. Su hermana era una de las prostitutas del Eroski, que resultó ser una vieja amiga de Loveth, con la que había coincidido en la Casa de Campo de Madrid al poco de llegar a España a través de las mafias. Le dije que me había hablado de él la amiga de su hermana y que podíamos ayudarnos mutuamente. Le expliqué que yo tenía dos clubes de carretera en Marbella y Bilbao y que iba a abrir otro próximamente en Murcia, razón por la cual estaba buscando chicas para la inauguración, por lo que en seguida se ofreció a ayudarme.
—Loveth me ha dicho que tú te mueves bien por aquí y que conoces a muchas chicas. Me gustan las negritas, así que quiero dos o tres para empezar. En mi club van a cobrar más que en la calle y tú puedes llevarte una comisión por polvo. ¿Qué te parece?
Los ojos de Harry empequeñecieron hasta convertirse en una línea fina, mientras sus dientes blancos asomaban enmarcados por unos enormes labios carnosos. Aquella sonrisa significaba una respuesta afirmativa.
—Tú ve buscándome dos o tres negritas, pero una tiene que ser Susy. ¿La conoces?
—¿Por qué Susy? ¿Tú conocer? —respondió el negro con evidente tono de desconfianza.
—Tranquilo. Loveth me habló de ella y sé que es amiga suya y que lo está pasando mal, así que quiero ayudarla. Además, Loveth me enseñó una foto y está muy buena, por eso quiero tenerla a mano.
Evidentemente yo no había visto ninguna fotografía de Susy, pero que tuviese ganas de acostarme con ella es la mejor razón que entienden los proxenetas para que un hombre busque a una mujer. Y Harry tragó el anzuelo, el sedal y la caña.
—Sí, yo conozco. Pero yo no puedo presentar a ella. Ella tener ya su hombre, y a Sunny no gusta blancos. Si tú querer trabajar Susy para ti, tú tener que hablar con Sunny. Ella antes en club, pero ahora trabajar en la calle de Sunny.
Ésa fue la primera vez que escuché el nombre de Sunny y en aquel momento, yo no podía suponer que aquel personaje se convertiría para mí en un eje fundamental de esta investigación durante los meses que siguieron. Un objetivo que llegaría a obsesionarme a medida que fuera conociendo su papel en la prostitución murciana y en el tráfico de mujeres hasta obnubilar completamente mi mente, haciéndome llegar a fantasear con la idea del asesinato, como una alternativa para acabar con los proxenetas.
—¿Sunny? ¿Y quién coño es Sunny? —Bufff, Sunny es hombre importante. Él, boxeador en Nigeria. Muy fuerte. Él, jefe de asociación Edo en Murcia. Tú mejor no problemas con él. Él muy peligroso.
En aquella primera ocasión no conseguí obtener más información útil sobre el tal Sunny, salvo que había sido boxeador en Nigeria, que lideraba una especie de asociación de delincuentes africanos y que, según Harry, era el jefe de muchas de las chicas que ejercían la prostitución en las calles murcianas. Puestas así las cosas, decidí concentrarme en localizar a Susy y, tras soltar un incentivo económico por adelantado, acordé con Harry que él me marcaría a la nigeriana citándola en la cafetería de la gasolinera situada a pocos metros del Eroski.
Mi plan era el siguiente: Harry debería indicarme cuál de todas las nigerianas que hacen la calle en el Eroski era Susy. Una vez identificada, yo debería convencerla para que me acompañase al hotel, alegando que no me gustaban los servicios en el coche. Si todo iba según lo planeado, en cuanto llegásemos al aparcamiento del hotel, yo utilizaría el botón de rellamada de mi móvil para advertir a mi compañero Alberto, que aguardaba escondido en mi dormitorio con dos cámaras ocultas listas para grabar mi conversación con la nigeriana. Una vez allí, debería arreglármelas para que ella no sospechase de mí por no querer tener relaciones sexuales y contratar sus servicios sólo para hablar. Si el plan funcionaba, esa misma noche podríamos tener una primera entrevista con Susy y quizá avanzaríamos un paso hacia su traficante, el tal Sunny.
Al filo de la medianoche, hora pactada con el negro para que se encontrase con Susana, yo ya había aparcado mi coche frente a la gasolinera, al otro lado de la avenida del Infante Don Juan Manuel. En realidad había acudido una hora antes para buscar el mejor punto de observación. Afortunadamente fui con tiempo, porque tardé más de lo previsto en localizar un lugar desde el que pudiese vigilar las dos entradas de la cafetería ubicada en dicha gasolinera. Esa cafetería permanece abierta toda la noche, y con frecuencia, algunas de las prostitutas que hacen la calle a pocos metros acuden allí para aliviar el frío de la madrugada con un café caliente. Así que Susy no tenía por qué sospechar nada cuando Harry la invitó a reunirse allí con él, para tratar un asunto familiar.
No sé lo que le contó el negro, ni me importa, pero cumplió su palabra. Poco después de las doce y cuarto de la noche, y utilizando el zoom de la cámara de vídeo como teleobjetivo, reconocí su rostro. Había entrado acompañado de una hermosa joven alta y delgada, que no podía ser otra que Susy. Eran las primeras imágenes que grababa de aquella muchacha, cuya vida ha sido castigada por mil desgracias y sinsabores, un tormento constante desde que salió de su Nigeria natal. Aquella noche vestía un top naranja y unos pantalones piratas. No sería difícil identificarla después, en la zona donde se reúnen las prostitutas nigerianas. Como ocurre en la Casa de Campo de Madrid, las nigerianas, nórdicas, sudamericanas, travestís, etc., tienen sus respectivas zonas y nunca se mezclan entre ellas.
Según lo pactado, tras el café Harry salió con Susy del local y allí mismo se separaron. Con las luces apagadas, y circulando muy despacio a una prudente distancia, seguí a Susana hasta la parte alta del Eroski, donde se reunió con otra decena de chicas de color, ofreciéndose a todos los conductores que recorren aquella calle en busca de carne fresca para saciar sus fantasías eróticas.
Detuve el coche y decidí tomarme un minuto para tranquilizar el corazón que empezaba a desbocarse dentro de mi pecho. Nunca había pasado por una experiencia similar. No sabía qué es lo que dicen los clientes de una prostituta callejera, ni tenía la menor idea de cómo convencerla para que viniese a mi hotel. Sabía, porque Harry me lo había contado, que las fulanas del Eroski realizan sus servicios en el coche del cliente, o todo lo más, en un hostal situado apenas a cien metros del centro comercial.
Por eso, que me acompañase a un hotel en el centro de Murcia parecía más que improbable. Además, yo no era un cliente conocido.
Aproveché esos momentos para telefonear a Alberto e informarle de que, por el momento, el plan evolucionaba según lo previsto. «Alberto, soy Toni, ya la tengo localizada, voy a ver si consigo convencerla para que se venga al hotel. Si me manda a la mierda te llamo para decírtelo, pero si no te llamo en cinco minutos es que ha aceptado y vamos hacia ahí. Ten preparados los equipos y si recibes una llamada perdida desde este número ponlos a grabar y escóndete ... »
Seguidamente encendí la cámara oculta que habíamos montado en el coche y me dirigí hacia el grupo de africanas. En cuanto vieron que mi automóvil circulaba a poca velocidad en dirección a ellas, entendieron que buscaba compañía y una joven negra de enormes pechos se acercó a la ventanilla. Con toda la cortesía posible, pero enérgicamente, desatendí sus elocuentes ofertas sexuales. Le dije que me gustaba la chica del top naranja e inmediatamente Susy se acercó a mi coche. Las primeras palabras que escuché de sus labios resultaron tan directas como las de su paisana.
—Treinta euros follar y chupar. —¿Pero podemos ir a mi hotel? —mientras decía esto, le tendí la tarjeta del hotel en el que me encontraba, para que comprobase que no intentaba nada extraño.
Susy dudó un momento. Me observó de arriba abajo en silencio, mientras yo exhibía mi mejor sonrisa. Y por fin, ella también sonrió. Pactamos 110 euros por sus servicios, e inmediatamente, abrí la puerta del coche invitándola a entrar. Después, arranqué en dirección al hotel. La cámara oculta del coche grabó nuestra primera conversación.
—Estoy muy nervioso. —¿Por qué nervioso? —Porque sí, porque es la primera vez que he venido aquí. —Tu nombre? El mío, Julieta... Como esperaba, Susy me estaba mintiendo. Julieta no era su verdadero nombre, pero no podía esperar que me dijese la verdad nada más conocemos. No obstante, me conmovió que hubiese escogido precisamente ese nombre para ejercer la prostitución. Susy era una Julieta con mil Romeos de pago.
Todos los expertos a los que había consultado mi plan me habían advertido que Susy no debía saber, en ningún momento, que yo era un periodista. En primer lugar, porque, de saberlo, evidentemente no hablaría conmigo bajo ningún concepto. Y en segundo lugar, porque si los mafiosos que la habían traído a España sospechaban por un instante que había colaborado conscientemente con nosotros, tomarían severas represalias contra ella. Por eso, y aun a costa del sentimiento de culpabilidad que sentiría una y otra vez, y que en algunas ocasiones casi me ahogaba, ninguna de las prostitutas a las que acudí supo nunca que yo era un periodista infiltrado, por lo que ninguna colaboró conscientemente en esta investigación, y por lo tanto debo insistir una vez más en que ninguna es responsable de que yo consiguiese llegar a contactar con los traficantes.
Durante el trayecto entre el Eroski y nuestro hotel, charlamos de cosas sin importancia: el clima, la gastronomía, etc. Al entrar en el parking, con todo disimulo, pulsé el botón de rellamada en mi móvil. Si todo iba bien, Alberto debía poner en marcha los equipos de grabación mientras yo cogía la llave en la recepción, ante la sonrisa de complicidad del recepcionista, que recorrió con mirada libidinosa toda la anatomía de mi acompañante.
A medida que nos acercábamos a mi habitación, crecía mi nerviosismo. Si Alberto no había tenido tiempo para ocultarse, o no había puesto los equipos en marcha, todo sería inútil. Abrí la puerta del cuarto y franqueé el paso a Susy, que se sentó sobre la cama’
Le Ofrecí una copa, que rechazó, y me senté frente a ella. Hizo un amago de desnudarse, pero le pedí con un gesto que se detuviese. Tenía una historia preparada para que mi intención de no acostarme con ella resultase convincente.
—No, no quiero follar, sólo hablar. Acabo de separarme y de venirme a Murcia para trabajar y no conozco a nadie. Llevo todo el día encerrado en el hotel y sólo me apetece hablar con alguien.
Creo que sonrió aliviada. Probablemente era la primera vez que un cliente le pagaba casi el cuádruple de lo que suele cobrar por un servicio para no hacer nada con ella. Aproveché el agradecimiento que rebosaba su sonrisa para entablar la conversación que transcribo directamente de las cintas, respetando todo su contenido, aun a pesar del torpe castellano de la africana.
—Tú siempre estás en la calle o vas a clubes? —No, yo no en club. Yo no quiero —Susy volvía a mentirme, pero ya se lo esperaba.
—¿Por qué? ¿No es mejor? —Sí, cuando tú en club... Cuando yo no trabajo, me voy a casa y durmiendo...
—Y en el club tienes que estar allí todo el tiempo, ¿no? —Sí, todo el tiempo allí. Y pagando, cuando no trabajas, pagando... —¿Aunque no trabajes tienes que pagar? —Sí. Cuando tú en club... por ejemplo, trabajas hoy, y esperando, ninguno cliente, y mañana pagando. Y ahí a la calle voy igual a casa, sin dinero, y comiendo bien...
Otras prostitutas me habían explicado anteriormente que en la Mayoría de los clubes, como en las «plazas», las chicas deben pagar una suma diaria, que puede oscilar en torno a los cuarenta o sesenta euros, consigan o no consigan clientes. A eso se refería Susy en su pésimo español, que a veces me costaba entender.
—¿Cuesta lo mismo en un club que en la calle? —Igual. En club, por ejemplo, media hora sesenta euros, y en la calle, también sesenta ——de nuevo mentía.
—Y si alguien te dice en la calle que quiere ir a un hotel, ¿tenéis alguno?
—Sí, muy cerca donde yo trabajo hay y pagamos treinta euros. —En invierno pasas frío, ¿no? —Cuando frío, pongo éste para frío y no pasa nada —dice señalando mi chaqueta.
—¿No os piden cosas muy raras, la gente, los tíos? —Mira, cuando yo voy con gente como tú, mucha gente es normal. Y cuando hablamos, tranquilamente, bien. Pero cuando chico malo, tú también mala y eso no bueno. Y cuando tú malo, y YO estar bien, pensar cosas buenas. No que quiere golpear, robar... tú no pensar eso. Muchos chicos venir, decir, loca, y tú también loco... insultar.
—¿Siempre lo hacéis en el coche, allí en la calle? —Sí, en coche. Pero tú venir ahora y yo decir, «coche treinta», y tú ha dicho, «no por favor, yo querer cama, mi casa». Yo pensar y mirar, dudar, y mi corazón ha dicho tú bueno, yo contigo. Cuando mi corazón ha dicho no tú dame un millón y si mi corazón dice «no puedo yo contigo» no puedo yo contigo.
—Te fías de tu corazón? —Sí. Me gustas a mí y mi corazón... Hablamos, y voy con, éste, y no problema, no pasa nada. Si tu cara muy fea, muy feo, tú corazón dicho «ve con él», y no pasa nada. Siempre así. Y cuando mi corazón ha dicho «no tú con él», mirar dinero, yo querer este dinero, y muy mal...
Confieso que sus palabras me conmovieron. Susy se dejaba llevar por el corazón a la hora de decidir si aceptaba o no a un cliente nuevo. Y al parecer, su intuición le había dicho que podía fiarse de mí y acompañarme al hotel. En ese momento, me sentí como un judas. Al fin y al cabo, y a pesar de mi promesa a Loveth, en el fondo yo estaba utilizando a Susy para poder Regar hasta su traficante y eso me hacía sentirme culpable. Pero no existía otra manera de acceder al tal Sunny. Tenía que ganarme la confianza de Susy, aunque fuese ocultándole mi verdadera identidad.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en esto?
—Cinco meses.
—Llevas poquito. —Sí, poquito. Yo quiero sólo ganar dinero para mi país y salir, ahora otras cosas...
Nueva mentira. Yo sabía que Susy llevaba al menos dos años en España, ejerciendo la prostitución al servicio de su proxeneta, como otras muchas nigerianas del Eroski, pero era lógico que me engañase. Todas las rameras saben que legalmente no pueden pasar más de seis meses en España, con un visado de turista —en realidad tres meses prorrogables a seis—, así que cuando algún cliente les pregunta cuánto tiempo llevan en nuestro país, suelen decir que menos de medio año.
—Tienes familia en África? —Sí.
—¿A quién tienes allí? —Mi padre, mi madre, allí, mi hermano... —¿Qué hacen, trabajan? —No.
—¿Y dónde están? —Sierra Leona.
—¿Y cómo te viniste para aquí? —Hummm.
—No te quiero molestar, ¿eh? —Hummm.
Susy de nuevo me engañaba. Como todas las nigerianas, decía ser de Sierra Leona o Liberia, países a los que no podrían ser extradita das por encontrarse en situación de guerra. Pero cuando mis preguntas empezaban a hacerse incómodas, se revolvía y tan sólo gruñía negándose a contestar. Tenía que tener mucho tacto para que no se enfureciese con mis preguntas y saliese de la habitación dando un portazo. Pero el tiempo pasaba y en aquellas circunstancias, lógicamente, Alberto no podía salir de su escondite para cambiar las cintas ni la batería de las cámaras, así que decidí intentar otra estrategia.
En los meses anteriores ya había aprendido que podía aprovechar mis viajes para iniciar el acercamiento a las prostitutas extranjeras. Durante años, mi trabajo como reportero me ha hecho dar la vuelta al mundo y conozco bastante bien algunos de los países de origen de las prostitutas que ejercen en España tales como Rumania, República Dominicana, Cuba, Rusia o, por supuesto, el África subsahariana. Mis conocimientos sobre esos países, adquiridos sobre el terreno, siempre me resultaron una excelente forma de romper el hielo, al entablar conversación con una prostituta extranjera, que en general no conoce a muchos clientes que hayan recorrido su país. Y con Susy funcionó también extraordinariamente. Aproveché su pregunta sobre a qué me dedicaba para decirle que viajaba mucho y que precisamente acababa de regresar de África, así que le enseñé varias fotografías que había tomado durante otros reportajes que había realizado en diferentes países centroafricanos anteriormente. En una de ellas, aparecía rodeado de niños negros y creo que aquella imagen la conmovió. Era una oportunidad excelente para intentar conseguir que me hablase de su hijo, supuestamente utilizado por su traficante como elemento de presión. Para ello, le expliqué que yo acababa de separarme de mi esposa, que era también de color, y que tenía un niño pequeño, de unos dos años, al que no podía ver. Se lo dejé en bandeja y no pudo evitar seguirme la corriente.
—Yo también. —Tú también tienes un hijo? —dije poniendo cara de sorpresa, pero entusiasmado porque mi truco hubiese funcionado, permitiéndome sacar el tema de su hijo, supuestamente secuestrado por el proxeneta.
—Sí, igual que tú, de dos años. —Pero si tú eres muy joven. ¿Cuántos años tienes? —¿YO? 23. —¿Qué signo eres? ¿Cuál es tu día y mes de nacimiento? —¿Yo? En marzo, el 29. —¿Cómo se llama tu hijo? —Albert. Por fin empezaba a obtener datos concretos sobre Susy, que me serían muy útiles posteriormente, a la hora de reconstruir su biografía. Era el momento de experimentar si mi aprendizaje como brujo y como ilusionista resultaban convincentes.
—En tu país hay mucho vudú, ¿no? —Oh, sí, vudú. No bueno. —Pues, ¿me crees si te digo que yo soy babalao y que tengo a Changó?
Susy se quedó petrificada. No sabía si reír o echarse a gritar. Pero mis fotos en África demostraban que al menos había viajado por su continente. Lo que ocurrió a continuación me da cierto pudor. Realicé varios trucos de magia que pretendían demostrar mis poderes psíquicos, algo que siempre he denunciado, pero que en ese momento se me antojaba como la única forma de conseguir la confianza de Susy. Lo que no podía imaginar es que aquellos trucos de magia terminarían siendo el pasaporte a la libertad de aquella joven.
En Magia Potagia, la tienda y escuela de Juan Tamariz, regentada por su hija, había aprendido a «leer el pensamiento», a «mover objetos con la mente», a «invocar a los espíritus» y todo tipo de maravillas «sobrenaturales», y desplegué todos mis conocimientos mágicos para conseguir fascinar a la joven. La estrategia no había podido funcionar mejor.
—¿Dónde tú aprender esto? ¿En qué parte de África? —me pregunta fascinada.
—¿Conoces el Sahara? —Sí, yo sabe Marruecos. —¿Estuviste en Marruecos? —Yo pasar Marruecos, mucho tiempo, ocho meses.
—Muy brutos los marroquíes, ¿no> —Uff, mucho, muy malos. —¿Qué hacías tú en Marruecos? ¿Fue al venir para España? —Sí. —Fue muy duro el viaje, ¿no? ¿Cuánto tiempo duró? —Un año.
—¡Un año! —Sí.
—0 sea, que entraste en patera... —Sí, muy malo. —¿Y pasaste miedo? —Ufff, mucho miedo, y yo embarazada. —0 sea, que te embarazaste en Marruecos... —Sí. Mis supuestos poderes mágicos habían conseguido soltar la lengua de Susy de una forma inesperada. Ya sabía que había llegado a España en patera, después de recorrer la ruta terrestre desde Nigeria, en un atroz viaje de un año. Me la imaginé hacinada en los campos de refugiados de Ceuta, violada o prostituyéndose por un plato de comida, hasta quedarse embarazada.
—Oye, ¿y ahora tienes que volver al Eroski o te llevo a tu casa? ¿Dónde vives?
—En Rincón de Seca, pero ahora vuelvo a trabajar. —¿Hasta qué hora? —Las seis o las siete. —¿Y estáis toda la noche? joder, es que es un mogollón de horas, desde las once de la noche hasta las siete de la mañana...
—Sí. —Y a esas horas, a las siete de la mañana, ¿va algún hombre?
—Sí, mira, viernes y sábado yo voy a mi casa y chico venir a las nueve.
—¡A las nueve de la mañana! —Sí.
Durante una hora conseguí que Susy, sin saberlo, me facilitase muchísima información que encauzaría de nuevo la investigación hasta poder contactar personalmente con Sunny. Sin embargo, aquello no había hecho más que empezar, y en aquel primer encuentro había conseguido mucho más de lo que me podía esperar. Así que, en cuanto terminó el tiempo, acompañé a Susy hasta el Eroski —me parecía mal pedirle un taxi—, y la dejé exactamente en el mismo lugar en el que la había recogido. Antes de despedimos, le pedí su número de teléfono, por si quería volver a llamarla otro día.
Pero se negó a dármelo. Me dijo que no podía llamar a su casa porque su primo —en realidad se refería a Sunny— podía enfadarse. Así que me dio el teléfono de Gloria, otra nigeriana compañera de Susy en la calle del Eroski. El contacto estaba hecho y una de mis líneas de investigación hacia las mafias estaba abierta.
Alberto pudo salir de su escondite en cuanto nos fuimos y comprobar con entusiasmo que las cámaras habían grabado perfectamente toda la conversación... y mi lamentable demostración de ilusionismo vudú... Soporté durante semanas el cachondeo que se traían en Tele 5 a costa de mis poderes paranormales cada vez que alguien veía aquella cinta. Gajes del oficio.

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